Consejos vendo que para mí no tengo

A cierto nivel, la sabiduría no es algo mucho más profundo que la habilidad de seguir los propios consejos.  —Sam Harris

Homo Mínimus  está buscando continuamente ideas fundamentales o sumamente reveladoras que puedan convertirse en atajos cognitivos o heurísticos —cuasi-trucos los podríamos llamar, por aligerar la gravedad intelectual del concepto— que podamos aplicar de inmediato en nuestra vida cotidiana.

¿Cuál es el consejo que te voy a dar hoy?

No, no es NO dar consejos. Ese NO es mi consejo. Después de todo, me gano mi vida digital dando consejos a diestro y siniestro, como un karateka en una película de chinos repartiendo mandobles a todo obstáculo con forma humana que aparece en el dojo virtual.  Por eso NO te voy a pedir  que no inflijas consejos,  todos tenemos cientos que podemos y debemos sacar de nuestras chisteras.

Mi consejo hoy, sin embargo, es también un metaconsejo: un consejo sobre los consejos.

¿Quién debe dar los consejos y a quién debe dárselos?

Dice el tío Sam que la sabiduría consiste en poco más que seguir los propios consejos. Ojalá fuera tan fácil.

El problema con el consejo de Sam y con todos los consejos que  Homo Mínimus te pueda dar está en  que las personas son distintas y las mismas personas necesitan distintos consejos en distintas situaciones. Por tanto, un consejo des-contextualizado y des-personalizado es inútil,  en el mejor de los casos, y probablemente contraproducente.

Además, hay otra dificultad con el consejo de Harris, casi la contraria del  problema anterior: yo me creo especial  y pienso  que lo que es obvio para los demás (“¿Estás gordo? ¡Come menos!”/ “¿Te gusta esa chica? ¡Acércate a ella e invítala a un helado!”) no es aplicable a mi  particular situación (“Estoy gordo pero eso se debe a la interacción entre el PH del  agua de la región y mi grupo sanguíneo” / “Me gusta esa chica… pero no puedo hacer nada obvio, porque podría salir mal si me precipito y puede que no soportara el rechazo, entonces me daría a la bebida, acabaría viviendo debajo de un puente y nunca conocería a una mujer similar” ),  luego ese consejo que sirve para el gordo Mengano y el romántico Fulano no sirve para mí.

Cuando vemos el problema de una tercera persona, sacamos una conclusión rápida basada en poca información. Justamente, por tener poca información, las ramas nos permiten ver el bosque y es probable que nos  centremos en lo esencial: comer menos/hablar con Dulcinea. El mundo, por injusto que nos parezca a los esnobs hiper-intelectuales y profundos como tú y como yo, es casi siempre de los simples que van al  grano en el granero de Pareto.

En resumen, si somos bienintencionados con los demás frecuentemente acertaremos con el consejo.

Cuando se trata de  un problema personal, tenemos un montón de información sobre las circunstancias que pudieron llevar al problema y la miríada de pensamientos y emociones que pueden ser relevantes para el problema; en consecuencia, el exceso de ramas nos impide ver el bosque,   el análisis se traduce en parálisis o la solución que diseñamos es demasiado complicada: hacer un análisis sanguíneo para ver qué dieta me conviene/escribir una novela superventas que haga que se fije en mí, ahorrar para comprarme un Ferrari.

En resumen, los consejos que nos damos a nosotros mismos suelen ser poco realistas, demasiado específicos y complicados y, si los seguimos, pronto abandonamos debido a su complejidad.

Parece que dar consejos es por tanto un ejercicio fútil, quizá solo sirve para sentirse benevolente o superior, si los damos a un tercero, o para orientar la acción errónea o ineficientemente , si nos los damos a nosotros mismos.

¿Cómo solventamos el conflicto?

De esta manera:

  1. Hay que seguir los consejos que nos damos (si no hay acción, no hay posibilidad de cambio).
  2. No hay que seguir los consejos que nos damos a nosotros mismos como si nos los diéramos a nosotros mismos (creemos que somos especiales).
  3. Hay que seguir los consejos que nos demos, pero solo si son los que daríamos a alguien similar a nosotros en circunstancias similares, pero que NO fuera uno mismo (el desapego simplifica el problema y mejora la solución).

Mi consejo sobre los consejos

Actúa como si estuvieras viendo una película interpretada por otra persona (la película o el videojuego de tu vida) , monitoriza  su acción de la manera más objetiva e imparcial posible (fíjate en causas evidentes y resultados deseados, simplifica),  y cada vez que el tipo que está en la pantalla tenga que tomar una decisión, susúrrale al oído —como si él no fueras tú— lo que debería hacer.

Por supuesto, es esencial que el tipo que está en la pantalla siga el consejo del espectador imparcial; para eso, el espectador ha  de establecer una relación de confianza con el protagonista de la historia y sugerir en vez de imponer: es un espectador bienintencionado, no un dictador; es un espectador falible,  no el oráculo de Delfos; es alguien que aprende de los errores, su última palabra no es la última palabra.

¿Todos los consejos que te des y apliques de esta forma te llevarán hacia la solución o serán la mejor decisión posible?

No. ¿Crees acaso que soy el oráculo de Delfos?

Pero a partir del día en que empieces a hacer  caso al espectador imparcial dejarás de tropezarte una y otra vez contra los mismos muros: cuando te golpees con uno, la próxima vez que estés ante un muro similar, tomarás otra decisión y harás algo distinto, en vez de suponer, como hasta ahora, que tu situación es especial, que si te estrellas muchas veces contra el mismo muro lo atravesarás,  que eres especial o que necesitas una solución distinta de la que sería conveniente para otros seres humanos similares a ti en parecidas condiciones.

4 comentarios sobre “Consejos vendo que para mí no tengo

  1. Escribe, lo que quieras y cuanto quieras,
    pero, porfi, más seguido…
    Tus letras, como neuronas, hacen sinapsis perfectas con las nuestras
    No es un consejo…
    Gracias.
    🙂

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